Vander Bremen, viaje a otro reino,
desayuno con diamantes, conferencia perdida desde un decápodo
gigante.
El castillo se otea ya desde la
lejanía. Las almenas permanecen intactas. Intercambio en un camino
pedregoso, santo y seña y la puerta de la fortaleza se abre con
majestuosidad, como cada vez. Adelmo se baja del carruaje. Ulrike a
su derecha. Los caballos descansan en el establo.
Las escaleras que dan a uno de los
aposentos son empinadas. La puerta, ya abierta, se vuelve a cerrar
desde adentro. Un día claro, apacible, sin ruidos. Solo algunos
caballos pasan al galope cada cierto tiempo. Los candelabros se
encienden, pero solo una parte de las velas que allí reposan alumbran en la oscuridad. Solo
unas pocas. Las suficientes para que pueda verse, casi presintiendo.
Las suficientes para que pasados unos minutos los ojos vean casi como
antes de que la luz del día dejara de entrar en sus aposentos.
Seis horas. Seis horas que dan para
repasar todo lo aprendido, todo lo olvidado. Seis horas. Ulrike
utiliza su mano para acariciar a Adelmo donde a él le gusta que le
acaricie. Ulrike sabe que eso le vuelve loco. La alcoba es grande y
cómoda. La alcoba da cobijo a dos cuerpos que solo desean dar todo
lo que puede darse, solo dar, sin pedir nada a cambio, pero
recibiendo con creces mucho más de lo dado. Había transcurrido el
tiempo, y la espera se hizo eterna, pero decidieron que había
merecido la pena.
Ya nada podía parar aquella confusión
de cuerpos tan bien compenetrados. Nada ni nadie podía parar aquel
suntuoso placer, dejándose llevar por los más ancestrales
instintos. El sabor de los pechos de Ulrike, un sabor dulce. El olor
de su pelo, un olor suave, frutal. El contacto con su boca, con sus
labios hechos para ser mordidos. La bajada a los cielos, caliente,
húmeda, llena de placeres penetrantes. La intensa explosión al
introducirse en ese mundo ya conocido de ella, penetrando desde el
deseo más humano de Adelmo, con brío, con una emoción intensa, con
ganas de gritar a los cuatro vientos el inmenso amor que le profesa.
La explosión de placer, de júbilo. Todo.
Chispeante, salado. Adelmo prueba el
sabor de manos de Ulrike.
El reloj se detiene. Una y otra vez
vuelven los cuerpos a confundirse dentro del orden. Un orden caótico,
pero bien estructurado. Y en esa confusión Adelmo y Ulrike se miran
a los ojos. Ya las pocas velas que quedan se van consumiendo, pero
ellos se ven. Están cerca. Muy cerca. Y se aman.
Esto me suena.
ResponderEliminarNadie.
Debo decir que este comentario de don Nadie se hizo antes de que nada se hubiera escrito en esta entrada. Solo había entonces unos puntos suspensivos.
EliminarYo es que ahora mismo no sé si hacer la ola, el pino puente, la cena, sentadillas o plancharme el pelo. Drogada estoy y espero que nada de lo que diga se pueda utilizar en mi contra.
Ulrike.
¡La madre de Dios...!
ResponderEliminarNadie.
Yo es que ese estilo no lo domino. Bueno, procedo a cenar unos callos.
ResponderEliminarNadie.
Adelmo, drogado de endorfinas hasta las cejas, se despide hasta mañana.
EliminarUlrike amaneció hoy con el cuerpo absolutamente dolorido. Agujetas, supuso, de usar músculos infrecuentes o del infrecuente uso de sus músculos. Agujetas para llenar a Adelmo de amor.
ResponderEliminarCuando se despertó, la luna todavía brillaba en el cielo, aunque tuvo la impresión de todas las cosas brillaban esta mañana.
Casi inconscientemente buscó con la vista aquella torre que marcaba el inicio de su reino. Estaba lejos, muy lejos, pero no le importó porque sus ojos se cerraron y sólo pudo pensar en Adelmo y recordarle. Dios...
Y pensó que lo único que quería hacer esta mañana era comérselo entero, morderle, masticarle, hacerle la digestión e incorporarle a su torrente sanguíneo.
No solo una vez se comieron ayer Adelmo y su princesa.
EliminarUlrike llevaba a Adelmo marcado en cada uno de los pinchazos que su cuerpo notaba al subir las escaleras, al sentarse, al agacharse, al caminar... A Ulrike le dolía el amor, pero pudo disfrazar su bendito sufrimiento con máscaras de profesionalidad, eficacia, amabilidad, dedicación y buenos días repetidos.
ResponderEliminarContempló a la gente de siempre mientras caminaban. Se cruzó con muchos rostros a lo largo de la mañana, rostros a los que miró sin ver, gente a la que oyó sin escuchar.
Disfrazada de persona, Ulrike estaba casi segura de que nadie sabía, nadie sospechaba, que detrás de sus ojos, hoy inusualmente verdes y brillantes, detrás de su sonrisa serena, se escondía un animal. Uno al que no había visto nunca, uno que le impulsaba por turnos a rugir o ronronear. Un animal dotado de una energía extraordinaria que circulaba por sus venas y aceleraba su corazón. Un animal de poderosa fuerza que por encima de todo sentía hambre, un hambre feroz.
Ulrike y su metamorfosis.
Ulrike, en su despacho, es una profesional como la copa de un pino. Ulrike, en la alcoba, es una bestia indómita que destila amor por los cuatro costados.
Eliminar¡¡Coño!!
ResponderEliminarRiquín y jugosín. ¡¡Diossssssssss!!
EliminarJajajajajajajjajajaaa...¿pero que estás esnifando, por Dioooooos?
ResponderEliminarQue rima con botonín. Ay...
ResponderEliminarAy... cómo llueve...
ResponderEliminarNo, solo chispea. Y botonín rima con garbancín. Ay...
Eliminar¿Ahí solo chispea todavía?, pues aquí te digo yo que llueve, sobre mojado además.
ResponderEliminarEstás hecho todo un poeta...jajajajajjajajajajaaa.
Adelmo ya era un poeta a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Pero entonces era un poeta más turbado.
EliminarDoy fe, doy fe.
ResponderEliminarYa llovió. De aquella ni chispeaba.
EliminarPues ahora, cuando menos, hay una gran humedad ambiental. A veces orpina, otras chispea, otras llueve y de cuando en cuando caen chaparrones, a la espera del diluvio universal.
ResponderEliminarLas drogas que genera el propio organismo son las más potentes. El organismo es sabio. Que no pare de llover.
EliminarGran verdad. El cerebro es capaz de casi todo lo posible o al menos de que lo parezca, que casi es.
ResponderEliminarDios les conserve este estado por muchos años.
ResponderEliminarVirgen santa...
Y que usted lo vea y amén.
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