Adelmo Mereslofer se marcha una temporada a la costa de Bedok (Singapur).
Los que le conocen saben los motivos de esta indefinida ausencia.
Al resto, Adelmo les dice que algún día, tarde o temprano, volverá.


Sábado, 9 de marzo de 2013


martes, 5 de marzo de 2013

Sesenta y cinco

Vander Bremen, viaje a otro reino, desayuno con diamantes, conferencia perdida desde un decápodo gigante.

El castillo se otea ya desde la lejanía. Las almenas permanecen intactas. Intercambio en un camino pedregoso, santo y seña y la puerta de la fortaleza se abre con majestuosidad, como cada vez. Adelmo se baja del carruaje. Ulrike a su derecha. Los caballos descansan en el establo.

Las escaleras que dan a uno de los aposentos son empinadas. La puerta, ya abierta, se vuelve a cerrar desde adentro. Un día claro, apacible, sin ruidos. Solo algunos caballos pasan al galope cada cierto tiempo. Los candelabros se encienden, pero solo una parte de las velas que allí reposan alumbran en la oscuridad. Solo unas pocas. Las suficientes para que pueda verse, casi presintiendo. Las suficientes para que pasados unos minutos los ojos vean casi como antes de que la luz del día dejara de entrar en sus aposentos.

Seis horas. Seis horas que dan para repasar todo lo aprendido, todo lo olvidado. Seis horas. Ulrike utiliza su mano para acariciar a Adelmo donde a él le gusta que le acaricie. Ulrike sabe que eso le vuelve loco. La alcoba es grande y cómoda. La alcoba da cobijo a dos cuerpos que solo desean dar todo lo que puede darse, solo dar, sin pedir nada a cambio, pero recibiendo con creces mucho más de lo dado. Había transcurrido el tiempo, y la espera se hizo eterna, pero decidieron que había merecido la pena.

Ya nada podía parar aquella confusión de cuerpos tan bien compenetrados. Nada ni nadie podía parar aquel suntuoso placer, dejándose llevar por los más ancestrales instintos. El sabor de los pechos de Ulrike, un sabor dulce. El olor de su pelo, un olor suave, frutal. El contacto con su boca, con sus labios hechos para ser mordidos. La bajada a los cielos, caliente, húmeda, llena de placeres penetrantes. La intensa explosión al introducirse en ese mundo ya conocido de ella, penetrando desde el deseo más humano de Adelmo, con brío, con una emoción intensa, con ganas de gritar a los cuatro vientos el inmenso amor que le profesa. La explosión de placer, de júbilo. Todo.

Chispeante, salado. Adelmo prueba el sabor de manos de Ulrike.

El reloj se detiene. Una y otra vez vuelven los cuerpos a confundirse dentro del orden. Un orden caótico, pero bien estructurado. Y en esa confusión Adelmo y Ulrike se miran a los ojos. Ya las pocas velas que quedan se van consumiendo, pero ellos se ven. Están cerca. Muy cerca. Y se aman.

25 comentarios:

  1. Esto me suena.

    Nadie.

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    1. Debo decir que este comentario de don Nadie se hizo antes de que nada se hubiera escrito en esta entrada. Solo había entonces unos puntos suspensivos.

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    2. Yo es que ahora mismo no sé si hacer la ola, el pino puente, la cena, sentadillas o plancharme el pelo. Drogada estoy y espero que nada de lo que diga se pueda utilizar en mi contra.

      Ulrike.

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  2. ¡La madre de Dios...!

    Nadie.

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  3. Yo es que ese estilo no lo domino. Bueno, procedo a cenar unos callos.

    Nadie.

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    1. Adelmo, drogado de endorfinas hasta las cejas, se despide hasta mañana.

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  4. Ulrike amaneció hoy con el cuerpo absolutamente dolorido. Agujetas, supuso, de usar músculos infrecuentes o del infrecuente uso de sus músculos. Agujetas para llenar a Adelmo de amor.
    Cuando se despertó, la luna todavía brillaba en el cielo, aunque tuvo la impresión de todas las cosas brillaban esta mañana.
    Casi inconscientemente buscó con la vista aquella torre que marcaba el inicio de su reino. Estaba lejos, muy lejos, pero no le importó porque sus ojos se cerraron y sólo pudo pensar en Adelmo y recordarle. Dios...
    Y pensó que lo único que quería hacer esta mañana era comérselo entero, morderle, masticarle, hacerle la digestión e incorporarle a su torrente sanguíneo.

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    1. No solo una vez se comieron ayer Adelmo y su princesa.

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  5. Ulrike llevaba a Adelmo marcado en cada uno de los pinchazos que su cuerpo notaba al subir las escaleras, al sentarse, al agacharse, al caminar... A Ulrike le dolía el amor, pero pudo disfrazar su bendito sufrimiento con máscaras de profesionalidad, eficacia, amabilidad, dedicación y buenos días repetidos.
    Contempló a la gente de siempre mientras caminaban. Se cruzó con muchos rostros a lo largo de la mañana, rostros a los que miró sin ver, gente a la que oyó sin escuchar.
    Disfrazada de persona, Ulrike estaba casi segura de que nadie sabía, nadie sospechaba, que detrás de sus ojos, hoy inusualmente verdes y brillantes, detrás de su sonrisa serena, se escondía un animal. Uno al que no había visto nunca, uno que le impulsaba por turnos a rugir o ronronear. Un animal dotado de una energía extraordinaria que circulaba por sus venas y aceleraba su corazón. Un animal de poderosa fuerza que por encima de todo sentía hambre, un hambre feroz.
    Ulrike y su metamorfosis.

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    1. Ulrike, en su despacho, es una profesional como la copa de un pino. Ulrike, en la alcoba, es una bestia indómita que destila amor por los cuatro costados.

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  6. Jajajajajajajjajajaaa...¿pero que estás esnifando, por Dioooooos?

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  7. Ay... cómo llueve...

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    1. No, solo chispea. Y botonín rima con garbancín. Ay...

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  8. ¿Ahí solo chispea todavía?, pues aquí te digo yo que llueve, sobre mojado además.
    Estás hecho todo un poeta...jajajajajjajajajajaaa.

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    1. Adelmo ya era un poeta a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Pero entonces era un poeta más turbado.

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  9. Pues ahora, cuando menos, hay una gran humedad ambiental. A veces orpina, otras chispea, otras llueve y de cuando en cuando caen chaparrones, a la espera del diluvio universal.

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    1. Las drogas que genera el propio organismo son las más potentes. El organismo es sabio. Que no pare de llover.

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  10. Gran verdad. El cerebro es capaz de casi todo lo posible o al menos de que lo parezca, que casi es.

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  11. Dios les conserve este estado por muchos años.

    Virgen santa...

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  12. Y que usted lo vea y amén.

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