Adelmo Mereslofer se marcha una temporada a la costa de Bedok (Singapur).
Los que le conocen saben los motivos de esta indefinida ausencia.
Al resto, Adelmo les dice que algún día, tarde o temprano, volverá.


Sábado, 9 de marzo de 2013


martes, 20 de noviembre de 2012

Veinticinco

La entrada a la cueva estaba cercada de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones. La contraseña, ya reproducida en ocasiones anteriores, les franqueó el paso hasta la torre del homenaje donde, después de dejar su carruaje a buen recaudo, se acomodaron en lo que antaño había sido la barbacana del recinto.

3 comentarios:

  1. En la torre del homenaje todas las alcobas parecían similares, y probablemente lo fueran, sin embargo ambos sabían que al traspasar cualquiera de aquellas puertas la magia se desparramaría por los suelos y las paredes, transformando aquel sórdido lugar en el más hermoso de los palacios.

    ResponderEliminar
  2. Y así fue, tal y como la princesa lo relata. Tras subir a la torre principal, que albergaba las estancias principales, situada en la posición más abrigada en relación con un posible ataque exterior, la intensidad de la luz diurna fue disminuyendo hasta convertirse en una deliciosa penumbra donde solo los ojos más hermosos podían hablar de una realidad donde todo parecía un sueño.

    ResponderEliminar
  3. Tanto se parecía aquello a un sueño que a veces no conseguían descartar que lo fuera.
    Quizás traspasar aquellos muros supusiera entrar en otra dimensión, tan real o irreal como la onírica y por ello, y como en un sueño, ocurrían allí cosas increíbles que de pronto obligaban a Adelmo y a Ulrike a detenerse y mirarse casi sin parpadear, no fuera que de golpe despertaran y sólo la oscuridad se colara en sus miradas.

    ResponderEliminar